CORRESPONSAL ITINERANTE

En tránsito por los lugares de siempre

lunes, 11 de enero de 2010

Conmutando

El otro día, cuando empezaron las primera nevadas del año en Europa me sobrevino una confusión que aún a día de hoy me deja pensando.

Volvía yo de un viaje de 9 días para el arrastre, contenta pero muy cansada, y me disponía a coger un vuelo de vuelta a mi casita, que falta me hacía reunirme con mi consorte.

El caso es que como decía en mi última entrada, a la mínima que cae lluvia dejamos de ir al trabajo, pues este día, a la mínima que caía nieve dejaban los aviones de salir. Y se montó una buena en los aeropuertos de medio continente, con sus correspondientes cancelaciones y retrasos. Total, por unos copos de ná.

Como yo tenía para largo en la terminal del aeropuerto, me dediqué a pasearme hasta que una vocecita me llamó y resultó ser una compañera de trabajo que llevaba ahí metida desde las 12 del mediodía. Hago notar que eran como las 5 de la tarde. Pobre criatura. Entonces me contó su historia de que ese día había tenido una reunión con el manager y que había pasado la noche anterior vomitando, lo cual me dejó más compasiva que de costumbre. Así que ante eso y su siguiente aviso de que se sentía mal y se estaba mareando por momentos, a lo cual ella me rogó que la asistiera en caso de desmayo(que nos ponemos siempre el lo peor), yo corrí a comprarle una coca cola de la forma más altruista posible, le ofrecí mis galletas de emergencia y me quedé velando por su bienestar aunque me moría de ganas por recorrerme el tutti frí, que una no deja pasar por alto las rebajas y menos a principios de enero.

Una vez en la puerta de embarque, donde los sueños se hacen realidad por obra y gracia del flight dispatcher y sus ocupados duendecillos, la cosa pintaba muy mal. Algo lógico si los vuelos supervivientes se llenan con los pasajeros de los que no han podido salir. Así que sólo quedaban los transportines libres para los que trabajamos en el gremio. Y aqui es donde vienen las hostias y los panes en la imaginación de entre los que deseamos desesperados volver a casa. Obviamente el comportamiento normal viene a ser el ejemplar, y la última decisión es del dispatcher que Crom lo tenga en su seno.

Pero entonces mi compañera, que tenía amiguismo con los duendecillos ocupados preguntó el estado del vuelo. El duendecillo mayor dejó sus quehaceres y miró por un par de segundos el ordenador, instándola a correr a la otra puerta desde donde estaba saliendo otro vuelo porque ya había sido aceptada en éste, sin olvidarse de darle el billete que obligatoriamente tenemos que traer con nosotros para que nos validen la entrada al vuelo... como los zapatitos rojos de Dorothy vamos. Acto seguido, como insuflada de una energía inusitada, mi compañera que se moría por los pasillos de la terminal de cansancio, vomitonas y mareos varios, salió a la carrera. Vista y no vista.

Entonces yo me quedé mirando el pasillo por donde había salido mi compañera. El duendecillo. Mi billete en poder del duendecillo. Pasillo. Duendecillo. Billete. Pasillo. Duendecillo. Billete. Duendecillo. Billete. Duendecillo. Billete. Billete. Billete. Duendecillo. Pasillo.

Lo único que faltaba en mi poder era un espejo, para poder ver la cara de gilipollas que se me acababa de quedar al haber sido apuñalada.

Ni un adios. Ni un gracias. Ni un "¿y qué pasa con esta persona que viene conmigo?", aprovechando el amiguismo.

Minutos después nos dieron los billetes que tanto necesitábamos y los que aún quedábamos allí salimos corriendo a la puerta donde aún teníamos una oportunidad.

Yo salí primero, y detrás de mi tenía a un chico y una chica de otra compañía diferente que estaban en mi misma situación. Y no sé si será que ya he renegado del gimnasio, me adelantaron y yo no podía ni con mi alma, corriendo que iba por los pasillos de la terminal. Me consuela saber que llevaba 12 horas de vuelo tras de mi y todos mis bultos de viaje, que no son ligeros.

El caso es que les perdí de vista (esta parte ya me da más vergüenza) y justo cuando iba a alcanzar la puerta designada se asomó la chica de la otra compañía que me había adelantado, buscándome con la mirada y diciéndome que pensaba que me había perdido y se preguntaba dónde estaba.

Un momento. Una desconocida. ¿Volviendo a buscarme?

Ya en la puerta, la suerte no estuvo de nuestra parte, excepto para mi compañera que estaba haciendo la cola para entrar y que obviamente me evitaba con la mirada. El vuelo estaba lleno y no parecía que hubiese transportines para nosotros.

Es cuando el chico de la otra compañía decidió llamar por teléfono a la aerolínea en cuestión para dar su nombre en la lista de pasajeros y así tener más oportunidades de entrar en el siguiente vuelo. A lo que, acto seguido, le oigo: "un momento, que hay otra persona aquí que está interesada, te la paso". Y yo, con cara de paleta, le miro el teléfono y le miro a él, hasta que me doy cuenta de que me está echando un cable.

Otro momento. Un desconocido. ¿Pasándome el teléfono para que me aliste en el siguiente vuelo?. Definitivamente la humanidad debe tener solución. Aunque sólo sea un poquito.

Pero sólo un poco.

4 comentarios:

Hide dijo...

Reitero: una zorra, tenias que haberle metido un palo en su escuchimizado trasero, o mejor, una onza de manteca en el gaznate, que fijo que le hace sufrir más, muhahaha.

Sí, lo sé, el amor no me hace mejor persona, muhahaha.

;-)

Hummingbird dijo...

Y yo que tenía esperanzas para ti...

Peter Pan dijo...

ayyyyyy pero otros commuters no somos asi... :) Esta manana he llegado yo de Madrid escapando de la nevada... y en trasportin !! :P
Besotes, y te llamo en Madrid y nos tomamos un coffee !!

Hummingbird dijo...

Claro que no!!! lo que pasa es que alucino que una persona con la que trabajo y nos conocemos desde hace años me hace eso... y otros que no conocía de nada me ayudaron. Por cierto, que eran de tu compañía :)
¿El coffee para la semana que viene mejor?
Un besazo!